Evita, la abanderada de la filosofía justicialista

Nuestra historia nacional se encuentra íntimamente ligada a la acción política de sus mujeres más destacadas.

Desde Juana Azurduy, Macacha Güemes, Martina Chapanay, Encarnación Ezcurra, las heroicas mujeres que resistieron la huelga de los inquilinatos de los barrios de la Boca y Barracas en 1907, la compañera Evita; hasta la compañera Cristina, pasaron doscientos años de lucha y compromiso con nuestro pueblo, que continúan enfrentando un proyecto nacional-popular, federal, inclusivo y soberano, con su antagonista; liberal en lo económico y conservador en lo político, caracterizado por su impronta segregacionista y expulsiva -en términos sociales- de la pequeña visión porteña/unitaria.

El accionar político de la compañera Evita se erigió como una bisagra histórica, que logró trascender las fronteras nacionales y de la Patria Grande, para transformarse en una de las figuras femeninas de mayor peso a nivel internacional. De origen humilde y tempranas ambiciones artísticas, su breve existencia fue coronada por grandes hitos, que no sólo enaltecieron a sus “queridos descamisados”; aquellos sectores mayoritarios de nuestra sociedad, profundamente despreciados por oligarcas, medios pelos y fetiches de clase media; sino también a otros cientos de miles de trabajadores y trabajadoras del mundo; como aquellos españoles, italianos, portugueses, franceses y suizos, que tuvieron la suerte de recibirla, allá por el año 1947, con esperanzas y alegría, tras su paso por sus respectivos países para promocionar el “Plan Perón de ayuda económica”, cuyo origen remite al ideario justicialista, nacido de la mente del General Perón, surgido en oposición al entonces denominado “Plan Marshall”, de origen estadounidense; y que a diferencia de éste, brindaba grandes ayudas económicas a los países más pobres de Europa, aboliendo intereses excesivos en los empréstitos de ayuda internacional –incluyendo hasta la posibilidad del trueque con estos países- tras los macabros sucesos de destrucción y muerte que atravesó a Europa, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. En el marco de este plan, ninguneado por la historia oficial y borrado del mapa tras el criminal golpe de Estado de 1955, Italia recibió un préstamo de unos 500 millones dólares y a España, Francia, Portugal y Suiza, nuestro Estado nacional les otorgó grandes facilidades financieras para comprarnos trigo y carne. Facilidades y préstamos todos estos, que sería bueno saber hoy, cuál fue su destino.
 
En aquel contexto, Evita, había sido denominada “La dama de la esperanza”, convirtiéndose en el alma y en uno de los brazos ejecutores del principio medular de la Filosofía justicialista, que sostiene la construcción de una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
 
Amada por los humildes y odiada por los representantes de la corporaciones económicas y sus aliados de clase, Evita hizo propia la declaración de los Derechos del Trabajador, promulgada por su esposo, y artífice del Movimiento Nacional Justicialista, Juan Domingo Perón –que resumidamente- promovía el Derecho a trabajar, el Derecho a una retribución justa, el Derecho a la capacitación, el Derecho a condiciones dignas de trabajo, el Derecho a la preservación de la salud física y moral, el Derecho al bienestar, el Derecho a la Seguridad Social, el Derecho a la protección de la familia, el Derecho al mejoramiento económico y el Derecho a la defensa de los intereses profesionales, y daba forma a la idea de que los únicos privilegiados son los niños.
 
 
En una de sus frases más intensas, que marcaban su claro pensamiento político, Evita decía que “cuando a un pobre se le brinda ayuda material, no es sólo un hecho solidario, sino que significa devolverle parte de lo que le han robado”. En este sentido, la creación de la “Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón”; y la intervención de la denominada “Sociedad de Beneficencia”, marcó un giro trascendente en la toma de conciencia para llevar a cabo reales políticas de erradicación de la pobreza. En su libro “La razón de mi vida” (págs. 181-182, ediciones Peuser, Buenos Aires., 1951), Evita afirma que: “Perón me ha enseñado que lo que yo hago a favor de los humildes de mi Patria no es más que justicia. (…) “No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ése. “Porque la limosna para mí fue siempre un placer de los ricos…. Y … para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron … el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes.”
 
A 61 años de su paso a la inmortalidad, para transformarse en “el alma del pueblo argentino”, y en la “abanderada de los humildes ; Evita, se encuentra más viva que nunca, tanto en los importantes pasos dados para lograr la integración sudamericana, como en la existencia –por sobre todo- de un gobierno nacional y popular, encabezado por segunda vez consecutiva, por otra mujer, que supo comprender; a fuerza de pasión, alegría, dolor y amor por su pueblo, que el justicialismo, como decía Perón, es “aquella filosofía sencilla, práctica, profundamente cristiana y profundamente humanista.”
 

“La patria será liberada, o la bandera flameará sobre nuestras ruinas”…en eso estamos, querida compañera Evita, en eso estamos…

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