30 de septiembre de 2013

Nota Especial: "El playón de Gaby"

La historia de Gabriel ‘El Gaby’ Sánchez es sufrida, como el mismo la define. A los 5 años aterrizó con su madre en una plaza de Chacarita, llegaban desde una villa de Rosario a la Capital en los comienzos de la aplicación de las políticas neo liberales. Desde los 8 años vivió solo y aprendió a fuerza de necesidades a ganarse el mango por las calles de Chacarita. También aprendió a no bajar los brazos, a dar batalla a pesar de que las cosas siempre salían o terminaban mal. 

Nos acomodamos como podemos entre unas bolsas de cementos y arena, con los que piensa hacer el techo de la pieza en El Playón de Chacarita. Lo escuchamos atentos cuando nos cuenta: Acá en el barrio hice de todo, la gente me conoce, yo le conseguía cambio a los comerciantes de Lacroze, después trabajé en los puestos de flores del cementerio, ahí tenía mí ranchada, hasta que Macri sacó los puestos. Siempre viví en la calle, hasta que llegué acá, con mi mujer y mis hijos.

De tanto pelearle a los abandonos y a la miseria, El Gaby se hizo un maestro de la supervivencia, un experto en ponerle el pecho a las inclemencias del tiempo, a los institutos de menores, a la noche que nunca acaba y al día que nunca llega. Está muy atento de Ismael, el último de sus cuatro hijos. Yo a mi padre lo vi una sola vez en 18 años… mis primeros tres hijos nacieron en la calle, pero el, ya nació entre cuatro paredes… no estoy arrepentido de haberlos tenido tan joven. Ismael tiene cinco meses recién cumplidos, con La Chuga mi compañera, tratamos de que no le falte nada. Ni a él ni a los hermanos. Se siente feliz cuando nos cuenta que los otros tres están en la escuela, lugar al que nunca fue. “Fui a un montón de escuelas, pero me echaban o dejaba de ir porque me mandaban a un instituto, aprendí a leer y escribir acá en la villa en los cursos de alfabetización a distancias y en las clases que daban los compañeros”. Por supuesto que siente orgulloso de haber aprendido y de trabajar en una verdulería a la noche.

A El Playón llegó hace un tiempo y pudo ubicarse en el último lugar del galpón que está a un costado de las vías del ferrocarril Urquiza, “para que no nos desalojaran, estuvimos ocho meses casi sin salir a la calle, yo en un lata de aceite de 20 litros cocinaba unos guisos con las cosas que traían los compañeros que salían a buscar y comíamos cerca de 15 ó 20”. Ahí o en otras circunstancias de necesidades compartidas, aprendió que hay cosas que salen mejor si se pelean con todos unidos en un mismo fin. Hace unos meses el Gobierno Nacional les cedió las tierras a los pobladores de este asentamiento escondido en los límites de las vías y las avenidas Forest y Lacroze y ahora quieren agua potable, luz eléctrica con contadores y planes de urbanización. Por eso él también va por más. 

La mayor parte de los vecinos son trabajadores, por esta razón El Gaby nos dice: “Todos salimos a trabajar, solo quedan las personas que cuidan el lugar, por eso queremos la luz y el agua, porque la podemos pagar, no queremos que nos regalen nada, pero que hagan las calles como tiene que ser”. Antes de irnos nos invita con una taza de café caliente y unas pepas. Lo seguimos como al baqueano que sabe los codos y recodos de los pasillos. Un afiche pegado en una pared desnuda, invita a unirse y a participar en la movida villera por derechos y urbanización. Otro convoca a sumarse a la murga del barrio. 

Antes de salir a la avenida nos cruzamos con un camión cisterna del Gobierno de la Ciudad que reparte agua entre los vecinos, la misma administración que colgó unos focos luminosos en el galpón que están encendidos las 24 horas. Este asentamiento no está comprendido en ningún proyecto de mejora por parte del Gobierno de la Ciudad, el cual gastó $20.000.000.- en arreglar cuatro cuadras de la avenida Lindoro Quinteros en el barrio de Núñez. Un barrio de impuestos altos y buen caudal de votantes. El Gaby ignoraba ese dato, pero conoce bien de que van esas desigualdades, las lleva marcadas en el cuerpo, son sus señas, sus cruces y el sueño alegre de estar construyendo algo. Lo escuchó con atención cuando me dice:

-Me voy a dormir un rato, después me voy Saavedra.

-¿A Saavedra?

-Sí, estoy ayudando a los cumpas de allá, a levantar el local del Evita cerca de Barrio Mitre.

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